Nuestro fundador, Marcelo Spínola: Prójimamente más humano
El lema de nuestro curso, “Prójimamente más humanos”, es una oportunidad para ensanchar nuestra humanidad, para ensanchar la vida. Precisamente nuestro fundador, Marcelo Spínola, vivió el lado humano de la vida, el cuidado, la hospitalidad, atendió el sufrimiento, curó heridas. Vivió prójimo, se hizo hermano, no se desentendió de nadie, buscó el sueño de Dios.
Veamos tres momentos destacados de su vida en que vivió prójimamente humano:
ABOGADO DE LOS POBRES EN HUELVA
Con apenas veintiún año Marcelo Spinola se traslada con sus padres a vivir a Huelva. Allí abrió su despacho de abogado. El suyo resultó un bufete extraño, aunque por la brillantez de sus estudios y por la posición social de su familia pudo conquistar en pocos años un puesto de categoría entre los abogados de Huelva, él se puso sencillamente a trabajar en las cosas que le vinieron a las manos. Y ocurrió que la pobre gente trabajadora comenzó a pasarse las señas de un abogado joven que tomaba con todo interés sus conflictos, los defendía, se interesaba de paso por las angustias de cada familia…y al final no cobraba.
OBISPO EN LAS HURDES
La afabilidad, la sencillez de trato y la exquisita cortesía con que recibió siempre a sus visitantes, hizo que se estableciera una curiosa costumbre. Los hombres y mujeres que venían de los pueblos a cumplir sus negocios en Coria pasaban por palacio a saludar al obispo antes de marcharse. Les preguntaba cosas del pueblo y de la familia y a muchos les presentaba su madre. Los pasaba al oratorio y, si alguno deseaba confesar, le atendía.
Con frecuencia, el obispo sale, como de paseo, a visitar los enfermos. Conoce la casa de los pobres. Pasa mucho rato sentado junto a la cama de los impedidos. Deja limosna y a algunas familias necesitadas le ha mandado una cama. En cualquier momento vienen a palacio a pedirle ayuda. Los diocesanos entienden perfectamente el lenguaje de su obispo, porque antes de hablarles con palabras les ha hablado con obras.
Realiza la visita a los pueblos de las Hurdes. Encontró a las personas en vida semisalvaje: cuevas, chozas, casuchas de pizarra y ramas, sin ventilación, sin enseres, sin luz. Ni una escuela. Sin médico, sin farmacia. Sin carretera. Ni siquiera caminos vecinales, sólo sendas de tránsito a tramos peligrosísimas. El obispo montó a caballo y se metió entre los precipicios, sin más garantía para no caer en el abismo, aparte de la bondad divina, que la seguridad de la cabalgadura que montaba.
EL ARZOBISPO MENDIGO
El año de 1905 estaba siendo horrible. Sevilla sufría una gran sequía. Más de cien mil obreros repartidos por toda Andalucía careciendo de trabajo y hambrientos, la miseria imperando en sus hogares. Urgía enviar algún socorro. De Madrid no enviaban más dinero y en las cajas oficiales de Sevilla no quedaban fondos. Don Marcelo tomó una decisión: Buscaría real a real las pesetas necesarias para remediar el hambre de los desesperados hasta que lleguara la solución gubernamental.
Yo mismo, – dijo el arzobispo- iré a todas partes, recurriré a todo, me desprenderé de lo poco que tengo, para remediar el hambre de mis diocesanos. El arzobispo salió a buscar limosna personalmente por las calles. “Andaba por la calles céntricas y por los barrios bajos; entraba en los palacios y bajaba a los tugurios, visitaba casinos y entraba en las tabernas. En todas partes tendía su mano esquelética pidiendo para los pobres hambrientos, ni uno sólo le negó el consuelo que pedía.”
Con arena se forman montañas.
Miles de duros recaudó la Junta de Sevilla, que se fueron distribuidas con arreglo a un mapa de necesidades apremiantes. Alfonso XIII envió sus felicitaciones a Spínola. El Gobierno se propuso condecorarlo. Don Marcelo respondió” No he hecho otra cosa que cumplir con mis deberes de obispo”